Queso de anacardos con tomate seco
Hubo un momento en el que llegué a odiar el queso… Adoraba el queso: ya fuera fresco o curado de ese que pica… Y comía queso, mucho queso.
Era como tocar la «casa» jugando al pilla-pilla, un refugio al que acudir cuando no había muchas opciones en un restaurante o en casa de amigos. Hasta que llegó el día en el que me hice plenamente consciente de lo que hay detrás de la industria láctea.
Y la decisión fue firme porque las vacas, por mucho que nos quieran vender lo contrario, no dan leche.
A las vacas les robamos la leche de sus terneros.
De forma que tuve que pasar por una fase de «deshabituación» y tras ese período, esos quesos que me sabían a rayos empezaron a ser bastante aceptables e incluso algunos (como éste) sobresalientes.
Me encantan los quesos con base de anacardos: son suaves y cremosos y no es que yo lo diga, han obtenido el beneplácito de muchos amigos omni.
Para elaborar uno vas a necesitar:
- 300 gr de agua de mar.
- 150 gr de anacardos crudos.
- 2 tomates secos hidratados en aceite de oliva virgen.
- 1 cucharada de levadura nutricional
- 4 cápsulas de Advance acidophilus.
- 1 diente de ajo sin el germen.
Lo más complejo de la elaboración es batir y esperar de modo que esta receta la puede elaborar cualquiera.
En primer lugar lavamos los anacardos y tras eso los dejamos a remojo en el agua de mar dentro de la nevera durante 24 horas. Tras esto habrán absorbido buena parte del agua y casi doblarán su volumen inicial. Escurrimos el agua sobrante y los ponemos en el procesador de alimentos o batidora de vaso junto al diente de ajo, la cucharada de levadura y el contenido de las 4 cápsulas de Advance acidophilus. Ahora batimos hasta que quede una masa fina y cremosa sin grumos. Picamos muy chiquitito el tomate con un cuchillo y añadimos la mitad a la crema que teníamos integrándola con una espátula. Formamos el queso en un aro de emplatar y ponemos en la parte superior el tomate restante que teníamos reservado. Lo dejamos 24 horas a temperatura ambiente y después lo guardamos en un contenedor (preferiblemente de cristal) en la parte menos fría de la nevera. Durante una semana voltearemos el queso a diario para que se forme la corteza de forma uniforme.
A la semana ya lo tenemos listo para degustar 🙂